La décima espinela es parte de la esencia panameña, para nosotros es más que un tipo de rima poética española creada por Vicente Espinel en el año 1591. Se arraigó en el centro de nuestro istmo, de manera parcial y aleatoria en los territorios de las hoy provincias de Veraguas y Coclé, de manera profunda y general, sembrando de identidad sus montañas y poblados en las tierras de Herrera y Los Santos. Floreció como canto, discurso, protesta, lamento, crónica, duelo y celebración. Se cobijó con la mejoranera instrumento descendiente de la guitarra barroca de cinco órdenes.
Soy hijo de Rodrigo Escobar Tamayo, inmigrante colombiano que terminó de criarse desde los 7 años de edad en la ciudad de Panamá. De él heredé los talentos del canto, la composición y la producción sonora, tres de sus grandes amores a los que me expuso desde pequeño. Mi viejo desarrolló una inmensa y natural pasión por la música hecha en las entrañas de su país de adopción, es así, como crecí rodeado de canciones ambientadas por el
acordeón, de tríos de guitarras, de ritmos y melodías sincopadas afrocaribe, de la majestuosidad de las orquestas y del bucólico, agreste y místico canto de la décima. Después el rock llegó solo, pero esa es otra historia.
Dentro del camino iniciado con este proyecto “Por unos acordes más”, canciones de mi autoría, interpretadas con hermanos y colegas músicos de Panamá y Latinoamérica, hago una excepción complementaria dentro de la idea madre, para materializar un deseo añejo, volver a cantar alguna inspiración de mi padre Rodrigo, y revivir imaginariamente los dúos que hacíamos mientras el manejaba su carro y yo lo acompañaba hacia alguna tarea diaria en uno de los tantos meses de vacaciones escolares, cuando sin falta me llevaba a Discos Tamayo a trabajar con él.
Fui el primero en aprenderse la letra y melodía de la canción que protagoniza la razón de estas palabras, “No puedo dejar de amarte”, a veces, cuando se le ocurría alguna nueva canción e íbamos en movimiento yo le prestaba mi fresca memoria de entonces a suerte de grabadora portátil.
Antonio “Toñito” Vargas Acosta es una voz que al escucharla o imaginarla, con solo cerrar los ojos me lleva al hogar familiar, a mi historia, al Panamá que me sana desde mi interior. Su voz llena de luz, de sabiduría, por si misma un canto a la vida, es sin duda la voz de un jilguero encarnado.
Pocos reciben apodos que los describan con tanto acierto y pocas veces se juntan un autor y un intérprete como Rodrigo y Toñito, que siendo dos, sean uno a la hora de inmortalizar sobre los torrentes (ritmos decimeros panameños), una historia real o ficticia que le llegue a las entrañas a un pueblo. Ellos dos lo lograron, no una vez, varias veces.
Sergio Cortés es uno de los grandes compositores de la música popular de acordeón panameña, sus canciones han trascendido generaciones. Su otra cara artística es la de ser guitarrista acompañante de los grandes trovadores de nuestra escena mejoranera, le apodan “Dedos de oro”, al igual que yo tuvo sus inicios en el mundo eléctrico del rock, en su natal, Santiago de Veraguas, pero gracias a la sugerencia y apoyo de Toñito Vargas, empuño la guitarra acústica con cuerdas de nylon y desde entonces ha hecho vibrar a miles de personas a lo largo de varias décadas con su interpretación innovadora, impactante y valiente de los torrentes mejoraneros.
La música nos hizo y nos juntó, pareciera que Sergio y yo estuvimos toda la vida preparándonos para este momento, homenajear juntos a nuestros mentores, a estos dos hombres que por primera vez lograron posicionar la décima cantada panameña en la cultura de propios y hasta de aquellos que no se reconocían en esta expresión cultural de nuestra patria. Por siempre, los versos de Rodrigo Escobar Tamayo y la voz de Antonio “Toñito” Vargas Acosta, serán parte de los sentimientos y el sonido que esta tierra llamada Panamá le da al mundo.
Yigo Sugasti
Panamá, 31 de marzo de 2023.